En conversación con Radio y Diario U. de Chile, la escritora abordó su experiencia respecto del feminismo, se refirió al colectivo de Las Tesis y, ante el nuevo Gobierno, afirmó que “no voy a ser hipócrita: soy una Boric lover”.
La escritora Pía Barros ha sido testigo de las transformaciones que, durante los últimos años, ha propiciado el feminismo en nuestro país y dice, con entusiasmo, que las mujeres nunca más estarán sometidas a los mandatos de género. Según advierte, atrás quedaron las “palmaditas” inapropiadas y los chistes machistas que, en su época, eran celebrados en festivales y programas de televisión.
“Estamos asistiendo a cosas maravillosas”, señala la autora y añade con fuerza: “Apenas nos damos cuenta de lo increíble que es tener una Convención paritaria en la que tuvimos que darle un hueco a los hombres. He visto los cambios, aún así sabemos que son pocos y siempre estamos más rabiosas y tenemos más urgencias que constataciones”.
“Hay cosas que no van a volver de la manera en la que el sistema perverso quería y hay algo que tampoco va a ocurrir: podemos estar supeditadas a un mandato, pero nunca más vamos a estar sometidas. Eso hace una diferencia”, subraya.
En conversación vía Zoom, la escritora también aborda su propia experiencia respecto del feminismo, se refiere al colectivo de Las Tesis y, ante el nuevo Gobierno, declara: “No voy a ser hipócrita: soy una Boric lover”.
El feminismo, ¿cómo llegó a su vida?
Desde muy pequeña sentí que había una diferencia que no parecía coherente ni lógica, ni siquiera por un problema de inteligencia, porque yo no era una persona tonta. Me daba cuenta de que podía hacer lo mismo que hacían mis hermanos, pero que no iba a ser escuchada. Y eso no significaba que yo fuera menos persona. Lo que pasaba es que yo era mujer. Eso lo tuve súper claro como desde los seis años, aunque no tan pensado ni articulado. Al mismo tiempo, me cargó ser mujer, cosa que no pude evitar después de la menstruación, que fue muy temprana. La mayoría de mis amigos eran hombres; las mujeres duraban poco, porque yo no tenía buena relación con ellas. Todo era raro, porque todas queríamos pertenecer y, para pertenecer, tenías que ser como pedía el canon. Yo lo encontraba un poco estúpido. Además, todo el mundo me decía que estaba loca y yo estaba convencida de que eso no era cierto. Entendía que el mundo de las mujeres era un mundo discriminado, distinto, subalterno, un mundo donde las leyes y todo lo demás nunca te favorecían. Todo eso era injusto y había que hacer algo por cambiarlo. Entonces, no puedo decir cuál exactamente fue mi vínculo, pero sí tuve conciencia desde muy temprano. Entré a la Universidad en el 76, en dictadura, entonces, todo pasó en una adolescencia bastante compleja. Fue muy difícil. Estuve en muchos colegios por una conducta inapropiada o lo que fuera. Siempre fui más rebelde.
¿Cómo accedió a aquellas primeras lecturas feministas?
No fue muy difícil. Había una tía que se fue a vivir a Londres a los 14 años y ella leía muchas cosas y me prestaba los libros. Me leía poemas de Mistral, por ejemplo. Pero no estos típicos ni los Piececitos, sino que otras cosas. Mi mamá era una buena lectora de novelas y bestsellers, pero tenía buenas cosas y, de algún modo, siempre había alguien en el colegio que te nombraba algo. Leía a mucha velocidad y entregaba los libros con mucha velocidad también. Recuerdo que La mujer rota fue como lo primero que leí de Beauvoir. Había muchas cosas que no entendía, porque no había pasado por esas experiencias, pero me parecían que mostraban cosas que nunca se mostraban. Todo aquello que decían que era terrible me parecía que era inteligente. Era una fanática de la biblioteca y podía pedir libros y me los compraban, sobretodo, para mantenerme quieta. Así que desde muy chica me mantuvieron quieta leyendo. Además, era metiche y siempre estaba con las grandes, viendo qué leían. Siempre fui una fanática de las lecturas y los combos. Me agarraba a puñetes en los recreos y leía todo el tiempo que era posible. Era muy bruta y no tuve lecturas dirigidas. Leía de todo lo que caía y todo lo que había. No tuve esa dirección que tuve después por opción.
¿Qué tenía la lectura, la palabra, que la entusiasmaba y le entusiasma tanto hasta el día de hoy como escritora, editora y tallerista?
La escritura siempre te hace tomar partido. Te pones del lado del protagonista o del lado del asesino, da lo mismo, y siempre me gustaron un poco las causas perdidas. Estaba la injusticia, lo que era correcto e incorrecto, entonces, en los libros todo era seguro. Sabías cómo terminaba algo y, afuera, en el mundo, nada era seguro. Te decían algo, pero actuaban de otra manera. Entonces, leía mucho para encontrar otro mundo donde yo me sintiera acogida, a salvo y siempre surgían preguntas. Me parecía súper inquietante eso de ir a un libro buscando respuestas. Ahora, con el viejazo, entiendes que es un milagro hacerte preguntas y que a medida de que vas encontrando las respuestas todo se va desarmando y se va articulando una nueva pregunta. Eso me parecía inquietante, muy seductor.
En alguna ocasión señaló que usted comenzó a escribir desde la rabia ¿Cuánto queda de eso?
Escribo con rabia para que la úlcera no me mate. Pero, de cierta manera, la rabia siempre ha sido mi motor. O sea, cuando dicen que escribo porque soy una intelectual, ¡mentira! No, nunca fui una intelectual, fui una persona rabiosa ante la injusticia y ante eso quería denunciar aquello que está oculto y que tiene que ver con ese mundo de las mujeres.
¿Cómo vivió la revuelta social de 2019?
Fue un tremendo remezón. Inicialmente no sabía mucho qué pensar, porque cuando estás en tu casa, cómoda, burguesa y con tarjeta de crédito, dices: qué bueno que estén haciendo la revolución los otros. Después te das cuenta de que nos hemos dejado llevar por un “bienestar superfluo” y por una vida en cuotas. El estallido me significó un remezón tremendo, un volver hacia adentro y por eso insisto en que la pandemia nos permitió re-visitarnos nuevamente a partir del estallido. Pero, para mí, fue una secuencia de hechos: lo primero fue el mayo feminista. En el mayo feminista fue el cuerpo en la calle. Eso de ponerle sostenes a Andrés Bello, que todo el mundo consideraba horroroso, yo lo aplaudía. El que las chicas pudieran salir con su cuerpo desnudo y que su cuerpo fuera el lugar de la protesta, que las consignas fueran en cartoncitos y no en lienzos ni siguiendo algún partido… Todo eso tenía que ver con un rescate de cosas que tienen que ver con el mundo de las mujeres. Luego está este fenómeno mundial de Las Tesis, porque Las Tesis cambiaron el mundo. Esa cancioncita adaptada a cada país se transformó en un grito de guerra, pero de otras guerras, no la guerra de la violencia, no de andar escupiendo ni golpeando. Es mi cuerpo en la calle, el cuerpo político que se transforma en un cuerpo social, que se transforma en un 52 por ciento de la humanidad exigiendo un cambio y eso me parece que es impresionante.
En la actualidad ¿Qué es lo que más le atrae del movimiento feminista?
Hay muchos movimientos feministas y hay algunos con los que no comulgo. Me cargan las funas que son físicas, por ejemplo, porque me parecen violentas. Toda funa debe ser súper investigada. También hay las que no corresponden. Las funas culturales tienen que estar en su proceso cultural y en su momento cultural. Me parece estúpido que digas, no volvemos a pasar a Neruda porque era un machista, o sea, fue un gran poeta. Si, es un machista, pero todos y todas eran muy machistas. Por lo tanto, esa funa hacia atrás no me parece. También me parece maravilloso que coexistan los múltiples feminismos, aunque no me parecen los feminismos hegemónicos. Como cada movimiento, tenemos una etapa de adolescencia donde hay mucho grito, mucha denuncia y hay algunas propuestas, pero tiene que decantar y que sea para todos y todas, porque el feminismo, desde el que yo vivía, era la aspiración a un universo no sexista donde todas las personas fueran imprescindibles, no un mundo mejor para las mujeres. Un mundo mejor para toda la humanidad y esa es la propuesta que no tiene que ver con someter o destruir al otro. Tiene que ver con que todas las personas seamos imprescindibles y todas ocupemos el lugar que nos corresponde en el universo.
En un corto plazo ¿Qué derechos cree que faltan por conquistar?
Los derechos reproductivos y sexuales. Me parece brutal esto de pensar que las mujeres somos las mujeres vacas reproductivas y no sujetas de derecho. Que el Estado no tenga claridad respecto de que hombres y mujeres son dueños de sus decisiones y que son derechos sexuales y reproductivos para todos los géneros, incluyendo aquel que necesita hacer su transformación, aquel que nació en un cuerpo equivocado. Los derechos sexuales y reproductivos son derechos de todas las personas, no pueden ser asignados a un género o a esta estructura binominal de masculino/femenino. La salud tampoco puede ser discriminatoria. No puede ser que haya educaciones o colegios donde no te reciban a un niño trans o no te reciban a un niño gay. Eso es inmoral. Toda persona tiene derecho a esa educación sin importar ni su condición ni su opción sexual ni nada de ese tipo de cosas que son externas. Un niño es un niño. Una niña es una persona que está ahí y esa persona tiene todos esos derechos desde el momento en que habita en el espacio y en el país que habitamos.
El nuevo gobierno se ha declarado feminista ¿Qué expectativas tiene en ese sentido?
O sea, no solo es un gobierno que ha mostrado más mujeres que hombres, lo que ya es un milagro. Esta no es la foto de Aylwin. Esta es otra imagen que da cuenta de una voluntad de cambio. Ahora, tenemos que estar vigilantes, exigiendo para que lo dejen gobernar. Por eso, insisto: los viejos de mierda tenemos que salir del camino. Hay que dejar a los jóvenes dar su propuesta y darles la posibilidad de hacer los cambios que vinieron a hacer.
By. Abril Becerra / Diario Uchile