El ex ministro de los gobiernos de Salvador Allende, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet conversó con Radio Universidad de Chile sobre la conmemoración de los 30 años del plebiscito que marcó el fin de la dictadura de Pinochet. El ex senador por Tarapacá evalúa estas décadas y analiza cuánto ha cambiado Chile. «La dignidad, el derecho a no ser aplastados, de pensar que el vehículo para que haya respeto a la gente y más igualdad es la democracia; esa fuerza no es repetible».
Sergio Bitar Chacra, ingeniero civil de la Universidad de Chile, ex senador y tres veces ministro de Estado con presidentes diferentes, conversa relajadamente sentado en un sillón de la oficina que mantiene en su casa. Acaba de volver de un viaje a Argentina y está preparando una nueva salida, esta vez a España.
A días que se celebren los 30 años desde el triunfo del NO en el plebiscito, Bitar analiza diferentes momentos de la historia reciente de Chile. Desde el gobierno de Salvador Allende, en el que sirvió como ministro de Minería, pasando por la dictadura, la transición y el país de hoy.
En la actualidad la fuerza sindical en Chile se encuentra disminuida, ¿cuál es el análisis del movimiento de los trabajadores en estas últimas décadas?
En los setentas los trabajadores y sindicatos tenían un poder muy grande. Eso se entendía sobre la base de una manufactura muy importante, los sindicatos eran nacionales y no había competencia internacional. El trabajo era más estable, se trabajaba en las misma empresa casi toda la vida. Nada de eso existe hoy, pero no solo en Chile, ya no existe en casi ninguna parte del mundo, los países que tienen más fuerza en la estructura sindical son los europeos, particularmente los escandinavos y esa fuerza sindical ha sido utilizada como un factor de igualdad e innovación. Los trabajadores participan y quieren que a su empresa le vaya bien para ganar más, entonces innovan y eso no es un factor de conflicto interno como sí lo es en otros países.
En Chile la fuerza de los trabajadores ha pasado por distintos momentos. Fueron los trabajadores del cobre los que desataron la lucha contra la dictadura y es allí donde actualmente sigue habiendo organización, pero únicamente como nichos, porque el trabajo está viviendo una reorganización, es mucho más flexible y más rápido, entonces cómo se organizarán los trabajadores a futuro es una pregunta muy importante. Porque la desigualdad sigue creciendo y no podemos mantenernos impasibles ante eso.
Avanzar hacia la igualdad, mejorar la inclusión. ¿Seguimos intentando abordar los mismos problemas que en los setenta?
Chile tiene una estructura productiva distinta de otros, porque, según los estudios internacionales, tiene un nivel de complejidad bajo. Las naciones más desarrolladas, sin embargo, son más complejos porque tienen más empresas, más tecnología y más innovación. El grueso de nuestra actividad está concentrada en pocos rubros y esos rubros no transfieren hacia abajo – a los insumos para esa actividad- ni hacia adelante, lo que viene después.
El cobre, por ejemplo, debería ser una palanca para el desarrollo tecnológico pero no hemos sido capaces de sostener un crecimiento científico de innovación en esas áreas, que es lo que subyace a esta actividad. Hacia adelante, por otra parte, tampoco hemos podido entrar en las llamadas cadenas de valor porque eso supone un rol del Estado más activo, supone formación de personal más calificado, más investigación científica y tecnológica, más institutos públicos de investigación, porque las empresas privadas extrajeras no van a instalar sus centros de investigación acá porque no les interesa la rentabilidad de Chile, sino la de sus empresas. En ese sentido, los fenómenos de antes y de ahora son parecidos. No hemos logrado hacer esos cambios en este lapso.
Siempre se ha hablado de si es una maldición tener recursos naturales o no, porque si tenemos de dónde echar mano, ¿para qué nos vamos a volver locos pensando?. En cambio los que no los tienen, tienen que sacar de sus habilidades la capacidad de inventar. Chile, en parte, ha tenido acceso a cierto nivel de competencia gracias a los tratados de libre comercio. Pero eso mismo ha destruido mucha actividad mediana y sigue prevaleciendo en el empresariado chileno la lógica mercadista de una economía mundial que dejó de serlo. Hoy las grandes economías mundiales suponen una estrategia nacional con un esfuerzo público con los privados, pero no liberado al mercado. Estados Unidos por ejemplo, jamás ha liberado al mercado sus grandes innovaciones que provienen de recursos públicos potentes que ha entregado el Estado, desde laNASA hasta el Ministerio de Defensa y pasando por la Academia de Ciencias.
Acá hemos caído en una ideología del mercadismo que nos lleva a aberraciones y esa es una razón de nuestra falta de crecimiento.
A 30 años del plebiscito, ¿cuánto ha cambiado Chile?
El Chile de hace 30 años estaba dando una lucha por algo esencial a la vida humana: la libertad, y eso moviliza energías tremendas. La dignidad, el derecho a no ser aplastados, de pensar que el vehículo para que haya respeto a la gente y más igualdad es la democracia. Esa fuerza no es repetible. El mundo y el Chile de hoy es otro, pero no pensemos que nada funciona si no logramos tener una gran misión, prácticamente épica y visionaria. Lo que hay que hacer es ver cuáles son las condiciones para hacer algunas cosas y dejar en libertad otras. No es posible hoy estar alineados en una gran coalición para hacer 20 años de gobierno como se hizo con la Concertación, más los 4 años de la NM con mayoría en ambas cámaras, como nunca habíamos tenido y nunca más vamos a tener.
Chile tiene conquistada una relativa estabilidad institucional y eso no es algo fácil de lograr porque cuando se producen desequilibrios en las sociedades, se puede pasar 10 o 20 años arreglándolos. El desafío en la actualidad es llevar el debate nacional con una mirada de futuro a ciertas grandes tareas en las que podamos llegar a acuerdo y yo creo que es posible. Esa debe ser la gran tarea política.
¿Cuáles son los acuerdos a los que hay que dirigirse?
Sin duda uno de los puntos fundamentales sobre los que hay que dialogar y acordar es el cambio climático, porque eso cambia el modo de vernos y entendernos. Pero principalmente entender los derechos humanos de una manera multidiscplinaria. Creo que eso lo estamos consiguiendo, porque incluso hay jóvenes de derecha que empiezan a moverse en esa dirección, y también los del Frente Amplio. Eso es una base de entendimiento importante para acercarnos en los grandes temas.
Es importante que Chile tenga instituciones de diálogo social, porque no hay discusión estratégica del futuro. Es necesario que haya espacios donde se recoja la opinión de la ciudadanía y en los que se interactúe con las nuevas tecnologías. Eso supone fuerzas políticas más unidas y más preparadas y también el trabajar con otros en América Latina y con el mundo.
La experiencia de la UP ha dejado lecciones que hemos aprendido. Formé parte del gobierno de Allende y sé que se cometieron fallas. Pero lo que defiendo es que ninguna cuestión de carácter técnico político económico, y ningún desacuerdo sobre la inflación puede permitir que otra persona me torture. Y eso es un gran capital cultural que se ha ganado. Por eso revisar la historia es clave para construir futuro.
El plebiscito
¿Cómo se vivió el 5 de octubre para los líderes de la llamada Concertación de Partidos por el No?
En 1986, que llamamos el año decisivo, resolvimos que a través de un proceso permanente de movilizaciones sociales haríamos ingobernable Chile y la dictadura se tendría que ir. Pero vino el atentado a Pinochet y ese proceso fracasó.
En el 87 solo nos quedaba la opción del plebiscito, así es que empezamos a trabajar. A formar apoderados de mesa, a buscar nuevas organizaciones partidarias, la sociedad civil, la asamblea de la civilidad, la organización por las elecciones libres, el acuerdo nacional del Cardenal Fresno etcétera. Fue un proceso progresivo de organización de fuerzas y de convencimiento de que sin unidad, estábamos fregados. Así llegamos al 88, concitando también apoyos internacionales.
Los meses previos al plebiscito y con mayor intensidad los días 4 y el 5 de octubre, se vivieron con una gran duda que atravesaba el alma. ¿Estaremos haciendo una locura de creer que le vamos a ganar al dictador con un plebiscito? ¿Cómo vamos a asegurar que se respete esto?
La noche misma del 5 de octubre, nos jugamos la vida toda. Recuerdo que Ricardo Lagos se fue al comando del No y nuestra sede estaba en el Hotel Galerías. Ese fue el lugar donde esperamos los resultados. Teníamos un acuerdo previo con Genaro Arriagada: apenas estuviera el 10% de los votos, nuestro propio sistema de conteo paralelo, daría su cómputo, pero poco después de la primera aparición de Cardemil anunciando que el Sí iba ganando, se cortó la luz. Entonces pensé: “estos tipos cortan la luz y anuncian mañana en la mañana que hicieron los cálculos y que ganó el Sí”.
Finalmente eso no sucedió. Al rato se restauró la luz y pudimos seguir con el conteo, en un estado de nerviosismo completo. ¡Si era una dictadura que nos aplastaba por completo y a diario!¿Cómo íbamos a ganarle?
Ese es mi recuerdo principal. Temor y trabajo intenso, porque era el único camino que teníamos. Fue una noche oscura, pero en la mañana se abrió la luz y ahí nos sentimos libres. Claro que rápidamente hubo que pensar lo que seguía. Cómo haríamos las elecciones y si tendríamos o no candidato único.
En las pasadas semanas se instalaron varias polémicas por la llamada “paternidad” del NO. ¿Tiene dueño ese proceso?
Me da risa esa discusión. La DC de los sesentas ya no existe y el PC de los ochenta tampoco, ¿por qué buscan apropiarse de ese triunfo? El NO lo ganó la gente, no los partidos.
Hubo cambios en todos los sectores para lograr el paso de la dictadura a la transición. Esto no es mérito de la dirección de la oposición ni es solamente el pueblo. Sin esos dos no habría ocurrido nada. Todas las energías fueron desatadas en esa dirección y, al final, quienes dirigen representan un pensamiento de la gente, pero persiste la incertidumbre de lo que pasa en el corazón de cada uno. La sorpresa fue la energía desatada por un pueblo cuando se quiere alcanzar algo, una meta, así se sobrepasan todas las dificultades y la gente se animaba unos a otros a seguir adelante, a creer que se podía lograr la libertad. No nos quedaba más que jugarnos por entero en esas circunstancias, porque teníamos la esperanza que podíamos cambiar la historia.
¿Usted se hace parte entonces de lo que dijo el ex presidente Lagos, se derrotó a Pinochet con un papel y un lápiz?
¿Cómo era pensable que con un lápiz y un papel pudieras derrotar una dictadura? Fue una expresión que utilizamos mucho y que simboliza la fuerza de un pueblo que puede irrumpir de los modos más diversos para alcanzar su propósito y el espíritu de libertad que es lo que domina en la naturaleza humana en los momentos de crisis.
Recuerdo que el Fortin Mapocho tituló en una de sus portadas “Corrió solo y llegó segundo” y, en un tono más irónico, eso significaba lo mismo. Que la fuerza y la voluntad de las chilenas y chilenos se impuso, con una gran diferencia, sobre el dictador.
Incluso dentro de las propias Fuerzas Armadas había conciencia que ya era insostenible la situación de proseguir con la dictadura y decidieron respetar la Constitución que ellos mismos habían impuesto. Matthei fue muy importante el día mismo del plebiscito cuando declaró ante los medios “parece que ganó el no”. No hay que menospreciar esos gestos.
No olvidemos a la gente de derecha que jugó un papel importante luego del llamado de Fresno como Fernando Léniz, que había sido ministro de Economía de Pinochet. o ex parlamentarios conservadores como Armando Jaramillo y Julio Subercaseaux conviven en el PPD con María Maluenda que era del PC, esto representó un sentimiento mucho más vasto en la población chilena y es que pueden haber diferencias, pero coincidimos en lo esencial: que podemos convivir cada uno con sus ideas, porque si no tenemos eso, nos morimos.
Ese sentir es algo que subyace profundamente en el pueblo chileno, el respeto a los derechos humanos. Por eso se produjo una reacción tan fuerte con el nombramiento como ministro de Mauricio Rojas. Es un mensaje fuerte: no se puede convivir en un país con quienes creo que me pueden matar mañana.
Ese es el mayor valor del plebiscito, el vencer al miedo. Porque el miedo hace que uno esté dispuesto a perder la libertad por la seguridad.
El Chile de hoy
Hablemos de la política chilena de hoy. ¿Cómo ve al Frente Amplio y el surgimiento de movimientos ultraconservadores?
Después del cambio del sistema electoral se están produciendo, y espero que eso siga pasando, reacomodos de los partidos a la nueva realidad. La inclusión de jóvenes, de nuevas generaciones, es buena y las divisiones que vemos hoy en ese sector en el que hay un grupo grande que expresa su defensa a los derechos humanos y rechaza las posiciones radicalizadas, puede acercar las posturas con la ex Nueva Mayoría.
Las disputas deben existir pero en un espacio de fuerzas más grandes que no se dejen arrastrar por la polarización de las dos puntas. Personalmente prefiero que existan esos dos extremos – el ultraconservador y el ultraprogresista- porque ese permite distinguirlos y que se cree debate al interior de las fuerzas.
Además hay otro fenómeno al que no hemos dado suficiente importancia: la tecnología. Para qué sirven los partidos en un mundo en el que la tecnología es tal que permite que el señor Trump, por ejemplo, se comunique directamente con la gente a través de Twitter, saltándose así toda la estructura partidaria. ¿Cómo va a ser la política en el futuro, los partidos seguirán siendo mediadores en una sociedad que tiene tecnologías suficientes para saltarse a los mediadores? Ese fenómeno también debemos observarlo. Chile está viviendo un reajuste de sus fuerzas y lo que nos debe preocupar es que no haya polarización y que no haya fragmentación.
Ya no hay sistema binominal y el voto es voluntario. ¿Cómo se seduce al electorado para que vuelva a las urnas?
Yo prefiero el voto obligatorio, si me obligan a pagar impuestos, también tengo que votar. Por otra parte, la inclusión de jóvenes a la política es buena, que haya una renovación generacional es muy importante. También creo que la descentralización es otro aspecto fundamental, porque habrá más poder local y las regiones podrán reforzar sus capacidades y tener discusiones propias que también atraigan más votantes.
Todo esto debe conducir a una renovación de las élites, porque la desconfianza con el elitismo, con los partidos, con los militares, con los carabineros, con la Iglesia Católica, con la FIFA, sumado al individualismo que lo que realmente me interesa es tener un auto y no lo colectivo… Es una tarea muy compleja y confieso que al observar el fenómeno mundial, no es fácil dar respuesta a esa pregunta. No hay recetas, pero hay que luchar por más educación pública, más vocación colectiva, más igualdad y más participación porque todo eso lleva a tener más democracia y un país más feliz. Al final se trata de eso, de estar más contentos.
Creo que en eso estamos todos de acuerdo, las diferencias se presentan al momento de definir cómo se llega a eso. Unos creen que se logra más empleo y mejores condiciones de vida con el chorreo y otros creemos que hay que generar una capacidad de producción distinta y una educación más fuerte. Otros creen que la vía es la estatización de las empresas. Pero la vocación por el servicio público, la vocación por la igualdad y los derechos sociales, por la participación ciudadana, por la diversidad y la tolerancia; todos esos valores deben ser empujados. En eso consiste la política.
By: Claudia Carvajal G / Diario Uchile