Durante una entrevista emitida a través del canal CBS, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reiteró -por tercera vez- su disposición para que ese país intervenga militarmente en caso que Pekín intente tomar Taiwán por la fuerza.
Consultado si esta vez la Casa Blanca se alejaría de una ambigüedad estratégica como la mostrada en Ucrania y protegería la isla de Formosa con hombres y mujeres estadounidenses en caso de un ataque chino sin precedentes, Biden respondió escueta pero claramente con un categórico “sí”. Por si en el campo internacional se albergaba alguna duda al respecto, el anciano mandatario se encargó de remarcar que hablaba muy en serio. Antes, hace más o menos un año, Biden ya había mencionado el tema, pero más de alguien deslizó a través de la prensa que la sola mención de la terrible posibilidad bélica tal vez pudo ser sólo un despiste debido a su edad. No obstante, durante una visita a Tokio lo repitió y esta vez fue mucho más ampliamente percibido. Y ahora vino el tercer embate, cada vez con mayor precisión y nitidez.
El caso es que Pekín considera a la isla de Formosa, también denominada como Taiwán, parte inalienable de su territorio. No obstante, poco o nada se habla de que este contencioso es un resabio de la última post guerra mundial y capítulo central en la nueva era inaugurada: la Guerra Fría. Durante ese período, el occidente capitalista se opuso tenazmente al avance de las nuevas naciones y fuerzas políticas que se sumaban a la potencia comunista por antonomasia: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ésta, a su vez, tras el conflicto que costó la vida a 25 millones de soviéticos, consolidó su retaguardia oriental entregando el apoyo liberador decisivo con que contó Mao Tsé Tung y la Revolución china liderada por el Partido Comunista y otras fuerzas emancipadoras para asentar la República Popular.
Fue precisamente al interior de esta coalición liberadora que se fueron dando profundas diferencias ideológicas que terminaron con su división y culminaron en una cruenta lucha armada contra los autodenominados “nacionalistas” liderados por Chiang Kai Shek que, derrotados militarmente por los comunistas en 1949, se refugiaron en Formosa. Allí establecieron la llamada República China, que no más de 14 países reconoce en el mundo. De esta manera, la reunificación de Taiwán con China continental es para Pekín una cuestión de Estado que siempre estuvo latente y que, en el último decenio, con el ascenso del presidente Xi Jinping al poder, ha cobrado un nuevo peso específico. Algo que el gigante asiático preferiría lograr por la vía pacífica -según su predicamento- aunque, también declaradamente, nunca ha renunciado al uso de la fuerza como última instancia para conseguirla.
Lo anterior es lo que no se dice, lo que no se recuerda y que pareciera querer olvidarse u ocultarse cuando se plantea la situación con tanta claridad como lo ha hecho Biden. Bajo la política de “una sola China”, Washington reconoce al Gobierno de Pekín como representante de China y no mantiene relaciones diplomáticas formales con Taipéi, la capital de Taiwán, desde que las estableció con Pekín en 1979. Pero, aun así, ha continuado consolidando los amistosos lazos informales con la isla -incluyendo una embajada de facto llamada eufemísticamente “Instituto Americano”- amén de venderle innumerable equipamiento militar. Actitud ambivalente que no hace sino poner aún más de relieve que aquí se está en presencia de un conflicto cuyas bases son netamente ideológicas, como en muchos otros donde Estados Unidos se enfrenta como paladín del capitalismo internacional con las fuerzas que pretenden oponérsele y que, ahora, al ritmo del crecimiento económico de la República Popular China, adquiere, además, un cariz muy diferente.
Durante las últimas cuatro décadas, Washington había esquivado clarificar si saldría en ayuda de Taipéi en caso de una invasión, una política denominada “ambigüedad estratégica”, la que buscaba disuadir a Pekín de intentar invadir Formosa militarmente. Aunque, de paso, también se trataba de evitar que Taipéi declarase formalmente su independencia, un gesto que ciertamente acentuaría los aires bélicos de Pekín. Así, una vez más, Biden reiteró en la entrevista con CBS que Taiwán es dueña y responsable de sus propias decisiones. “No nos estamos moviendo, no los alentamos a ser independientes, esa es su decisión”, agregó. Y aunque el Ministerio de Exteriores en Taipéi expresó su “sincera gratitud” a Biden por “afirmar la sólida promesa de seguridad del Gobierno de EE.UU. para Taiwán” y por “profundizará la estrecha asociación” con Washington, las palabras de Biden provocarán la casi segura reacción Pekín, donde aún persiste una profunda molestia por la visita a “la isla rebelde” de la presidenta de la Cámara de los Representantes de EE.UU., Nancy Pelosi, la que llevó a China a realizar el mayor despliegue de ejercicios militares efectuados hasta ahora en las inmediaciones de Formosa.
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