abril 19, 2024

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ENTÉRESE DE LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EN BREVE

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Historia de Palestina

Palestina se ubica entre el Gran Desierto Arábigo y el Mar Mediterráneo en la confluencia de Asia, África y Europa. Corresponde a la estrecha faja de tierra que sirve de puente natural entre estos tres continentes. Fue, por lo mismo y desde siempre, el punto obligado de paso, comunicación e intercambio entre las cuencas del Éufrates y del Nilo y entre los continentes que con ellas limitan.
Debido a su ubicación estratégica, se convirtió, desde el inicio de los tiempos e incluso desde antes del surgimiento de la historia, en la región geopolíticamente más importante, estratégica y agitada del mundo; el corazón del mundo antiguo y conocido.
Era además, la región más fértil y atractiva del mundo en la antigüedad, razón que le hizo merecedora de la denominación Media Luna Fértil. Por lo mismo, se puso al centro de la disputa por la tierra fértil incluso antes del descubrimiento de la agricultura y la formación de los primeros asentamientos humanos permanentes, cuando las tribus nómades llegaron a ella siguiendo a las manadas de animales que buscaban abundante naturaleza para alimentarse y reproducir su existencia.
Sus primeros habitantes permanentes fueron los Natufienses[1], entre 12.500 y 9.000 Años a.n.e. en aldeas, habitadas por comunidades primitivas, clanes o tribus, como Eynan y Jericó, todas ellas, relacionadas con la recolección y la caza mucho antes del descubrimiento de la agricultura y la domesticación de animales y la consiguiente transición de la especie humana desde el nomadismo al sedentarismo, elementos que constituyeron la primera gran revolución de la historia de la humanidad, cambiando de una vez y para siempre la relación de la especie humana con su entorno y en especial con el territorio que lo acoge.
Luego de siglos interminables de un lento devenir, el desarrollo de la agricultura permitió el surgimiento del excedente al interior de las comunidades primitivas, dando inicio a la segunda gran revolución de la historia de la humanidad, conocida como la “Revolución Urbana”, por su relación con el nacimiento de las ciudades.
Este proceso que fue posibilitado por la división social del trabajo, y las ciudades se convirtieron en símbolo de la nueva forma de organización social, acogiendo a quienes se apartaron del trabajo de la tierra y se constituyeron en clase gobernante.
La comunidad primitiva fue destruida y en su lugar se instaló el modo de producción esclavista, representado fundamentalmente por la división del trabajo entre el campo y la ciudad. Una vez más Palestina y el Próximo Oriente fueron protagonistas de este proceso de fundamental importancia para la historia de la humanidad, con la fundación, a manos de los cananeos y fenicios, de las primeras ciudades de la historia: Jericó, Gezer y Meggido, ubicadas todas en Palestina.
La superestructura jurídica que dio legitimidad a esta primera formación social fue la religión, nacida como continuidad de los cultos totémicos que atribuían características y actividades humanas a los fenómenos naturales, lo que devino en credos locales que buscaban poner al servicio de sus interese a las fuerzas sobrenaturales representadas en la tierra por el soberano, supuestamente enviado por Dios.
Las religiones iniciaron pronto un proceso de globalización similar al de las empresas actuales y fueron mutando desde credos politeístas, de marcado carácter local, en los comienzos de la historia, hacia credos regionales conformados por panteones de dioses ordenados de manera jerárquica en virtud del poderío militar y económico de las ciudades estado a las que pertenecían y del poder y la dominación que estas ejercían sobre las otras, seducidas, doblegadas, vencidas o destruidas.
Esta evolución de las superestructuras jurídicas de carácter religioso derivó en apuestas monoteístas que buscaban dar alcance global a su dominación, como la de Aton en Egipcio y la Iahvé en Ur y Caldea, para terminar en credos monoteístas de carácter universal varios siglos después, en el periodo de consolidación del esclavismo como forma de organización social.
En este contexto y por todas estas razones, desde el inicio de la historia, todo pueblo, civilización o cultura, que quiso ampliar sus dominios y expandir sus fronteras se vio obligado a dirigirse a Palestina, intentar ocupar su territorio e intentar doblegar a sus habitantes, con el fin de ampliar su base de sustentación, representada por regiones distantes que les generaran recursos para mantener y consolidar sus propios aparatos de dominación. No debe extrañarnos entonces que en los últimos 10.000 años, la región no conozca más de un par de siglos de verdadera paz, y que el conflicto de Medio Oriente al que hoy asistimos, no sea más que la actualización de un conflicto perenne en torno al control y la dominación del Centro del Mundo, o mejor dicho del lugar estratégicamente más significativo para la historia de la humanidad.
En este contexto, invadieron lo que desde hace miles de años conocemos como Palestina, la cultura gasuliana, de origen indoeuropea, los celtas, los amorreos, los semitas, incluidos los Asirios, los fenicios y los hebreos.
Estos últimos, provenientes de Ur y Caldea, pasaron por Palestina en dirección a Egipto, en donde se instalaron y habitaron por más de 3000 años, hasta que fueron esclavizados por los Faraones de la dinastía Tebana, lo que sentó las bases para el “éxodo”, nombre bíblico con el que se conoce el desplazamiento hacia lo que la historiografía hebrea denomina como la “Tierra prometida de Canaan”, dando inicio, en el marco de las religiones monoteístas, a la utilización de argumentos y excusas religiosas e imposibles de demostrar para explicar acciones de claro y marcado contenido político y económico, proyectos conocidos en la actualidad como, fundamentalismos religiosos.
Durante el mismo periodo, invadieron con resultados diversos, el territorio de Palestina, los Babilonios, los Hicsos, los Hurritas y los Hititas, hasta llegar a los Egipcios que ocuparon la región de Canaán hacia el año 3000 a.n.e.
Los egipcios fueron finalmente expulsados por los Filisteos, quienes vieron llegar, por primera vez con intenciones de establecerse en dicho territorio, a los hebreos, que arrancando de la esclavitud, se instalaron en Canaán hacia el 1200 a.n.e.
Como todos los invasores, los hebreos masacraron a parte de quienes encontraron en el territorio, principalmente de las tribus cananeas, y entraron en un enfrentamiento perenne con los filisteos, que permanecieron siempre en el territorio, concentrándose en la costa mediterránea de la región, conocida por su permanencia en ella como la región de Filistea, nombre años después dará origen a la denominación de Palestina, utilizada por el imperio Romano durante su invasión del territorio.
El choque colosal con los filisteos obligó a los hebreos a pensar en un nuevo tipo de gobierno que reemplazara el poder difuso de las tribus dispersas, concentrando el poder en la cabeza de un soberano con la calidad de monarca único y tomando el ejemplo de los grandes imperios, establecieron un reino en Palestina por espacio de 80 años, basado en el discurso teológico de la tierra prometida, como excusa para apropiarse de una tierra en la que no habían nacido y del producto del trabajo de quienes habitaban desde siempre en ella.
El primero de estos soberanos fue Saúl, quien al igual que sus tres hijos, encontró la muerte a manos de los filisteos que se consolidaron una vez más en Palestina.
Años más tarde, David, un antiguo vasallo de los Filisteos, se erigió en Rey de Israel y por primera vez venció, temporalmente, a los filisteos, estableciendo un reino en gran parte de Palestina, pero sin poder, jamás, expulsarlos de su tierra.
David gobernó 40 años y el reino tuvo una vida de 80 años en total, sucediéndole en el trono uno de sus hijos: Salomón. A Salomón lo siguió Roboam quien vivió la destrucción del Reino, la división de las tribus y el surgimiento de dos reinos menores: el de Israel al norte y el de Judá al Sur, por espacio de medio siglo más.
Luego, ya en los albores de nuestra era, se instalaron en Palestina los griegos y por último, los romanos, manteniendo serias disputas por el control del territorio con los asirios y los mamelucos que amenazaron frecuentemente sus fronteras.
Bajo el protectorado de Roma nació en Palestina la segunda de las religiones monoteístas reveladas, el Cristianismo, proponiendo a la humanidad, por primera vez en la historia, un discurso de unidad y universalidad del pensamiento religioso.
Intermitentemente con los Romanos se sucedieron en palestina las ocupaciones de los Asirios, los neo babilónicos y los persas, siempre en constante enfrentamiento con otros pueblos, que bajo el modo de producción esclavista, se veían interesados en ocupar la porción de tierra geopolíticamente más importante del mundo antiguo conocido.
En uno de los periodos de dominación Romana de Palestina, los romanos, expulsaron a los judíos de su imperio por considerar que estaban siempre conspirando contra el mismo y adoptaron, por motivos exclusivamente políticos, el Cristianismo como religión oficial del Imperio.
Con el tiempo Roma entró en una profunda crisis debido a la incapacidad crónica de asegurar sus fronteras internas siempre debilitadas, tanto por los conflictos internos del imperio como por la presión de quienes intentaban de manera sistemática derrotar al mismo para dominar la región de Palestina.
El imperio Romano se dividió, terminando para siempre con la civilización que había marcado por siglos la historia de lo que se conoce como el mundo antiguo y mientras el de Occidente se desvanecía hundiendo a Europa en lo que la historia oficial conoce como el oscurantismo medioeval, el Imperio Romano de Oriente lograba subsistir algunos siglos más, en constante conflicto con los Persas, viviendo un declive permanente de su unidad interna y consecuentemente de su poder e influencia.
Los persas conquistaron Jerusalén en el 614 y esta fue reconquistada por Heraclio en el 629, casi un siglo antes de la llegada a Palestina de la tercera Religión monoteísta Revelada; el Islam, que llegaría para convertir, luego de milenios, a los habitantes autóctonos del territorio en cuestión, en los protagonistas principales de su propia historia generándole a Europa una situación de aislamiento y ensimismamiento sin precedentes en aquella etapa conocida como antigüedad.
El Islam nació en la Península Arábiga en el 622 d.n.e y llegó a Palestina de la mano de los árabes en el 711 d.n.e. La cercanía de los pueblos originarios de la región con estos nuevos invasores y los principios que la nueva religión promovía generó una simpatía espontánea por el nuevo credo. El Islam había llegado para quedarse por siempre en la tierra de sus antepasados y proyectar al mundo entero la última de las religiones reveladas, que no era más que una versión actualizada del pensamiento religioso, y que se presentaba a sí misma como la continuidad del Judaísmo y el Cristianismo pero disputando con ellas la supremacía moral y la posesión de la verdad respecto de lo que asumían eran las deformaciones de las antiguas religiones.
Basado en un sin número de propuestas revolucionarias, desde la perspectiva de la religión como instrumento de dominación, el Islam logró una cantidad increíble de adeptos en un tiempo récord, sentando las bases para la formación de un mundo que promovió la destrucción del modo de producción esclavista, sentando las bases para el nacimiento de la Europa feudal por una parte, mientras en el mundo musulmán surgía se desarrollaría con fuerza el mercantilismo.
Así, los árabes se instalaron en la historia universal y en el escenario de sus propias vidas como protagonistas de esta nueva etapa de la región, desarrollando la ciencia, las artes, la filosofía, la literatura y el comercio, de una manera sin precedentes y rescatando y proyectando al futuro la cultura grecorromana. En este escenario, Palestina se constituyó nuevamente en centro económico del mundo musulmán hasta la llegada del califato Abasi en el año 750 d.n.e.
La rápida y comparativamente más pacífica expansión del Islam con los imperios que lo precedieron, permitió que llegara a abarcar hasta España en el extremo Occidente Islámico y a parte de lo que hoy se conoce como China en el extremo Oriente, y en muy pocos años le significó a Europa un encierro al cual no estaba acostumbrada, obligándola a valerse, por primera vez en su historia, por sí misma, lo que detonó una serie de enfrentamientos intra europeos, marcados por la imposibilidad de expropiar y vivir del producto y los recursos de otros pueblos, como habían hecho por los últimos milenios.
Esto desplazó el eje de gravedad de la historia Europea desde orillas del Mare Nostrum hacia el norte del continente, sumiendo a los pueblos que habían formado parte de las grandes civilizaciones de la antigüedad en años interminables de guerras religiosas que escondían conflictos entre caudillos de pequeñas ciudades y pueblos, que terminaron por convertirse en señores feudales y que, junto a sus cortes y ejércitos, ofrecían protección a sus siervos a cambio de tributos que sentaron las bases para el surgimiento de una nueva forma de organización social.
Era el modo de producción feudal que llegaba a Europa para quedarse por un espacio de mil años, en un periodo conocido desde la narrativa de Occidente como el del “Oscurantismo Medioeval”, lo que extrañamente coincide con los siglos de mayor poderío y expansión cultural del Islam.
Las interminables guerras intra europeas tuvieron algunos paréntesis de relativa paz cuando sus señores, en conjunto con los jerarcas religiosos de las iglesias cristianos de Occidente, motivados por la crisis económica que le significó la expansión del Islam, nuevamente lograron unirse para desarrollar un nuevo avance contra Palestina, esa porción de territorio que aseguraba a quien ejerciera la dominación en ella, el control del intercambio económico mundial, con la excusa de la necesidad de liberar los lugares sagrados de manos del Islam, a pesar de que dichos lugares jamás estuvieron cerrados o prohibidos para nadie.
Este nuevo fundamentalismo religioso significó la división de la iglesia cristiana, debido al rechazo que este nuevo fundamentalismo religioso, generaba en los cristianos de Oriente, que vivían bajo el dominio musulmán en completa paz y fraternidad con el mundo musulmán, rechazando por lo mismo las Cruzadas y el lente deformante a través del cual representaban al mundo islámico.
Las Cruzadas, sin embargo, tuvieron un fugaz éxito, constituyendo el Reino Latino de Jerusalén por espacio de 60 años, hasta ser derrotado por Salah El Din, quien reestableció el dominio árabe sobre Palestina en 1127, dominio que habría de durar cerca de tres siglos más, hasta el inicio de la supremacía otomana dentro del mundo islámico, que marcará el inicio del fin del dominio musulmán y del modo de producción feudal.
En el minuto de mayor expansión y consolidación del Islam, Europa, derrotada en las Cruzadas y desesperada por la bancarrota en la que se encontraba, desarrolló una nueva ofensiva expoliadora extra europea, esta vez en el marco de los viajes de Colon y Marco Polo, quienes sentaron las bases para la dominación de América por una parte y para el descubrimiento de rutas alternativas a Medio Oriente para lograr el control del comercio con Asia y el Lejano Oriente, dando inicio a lo que en la historia oficial se conoce como los “Tiempos Modernos”.
El descubrimiento de América y las relaciones que Europa estableció con Oriente a partir de los viajes de Marco Polo, volvieron a inundar Europa con recursos frescos, provenientes de estos nuevos avances extra europeos.
Europa pudo pacificarse, ya que los recursos traídos del nuevo mundo permitieron a firmar la paz entre ellos y reconstruir una Europa distinta. Una Europa en la que el poder y la dominación, podrían ser repartidos en partes iguales entre los dueños de las almas (las jerarquías eclesiásticas) y los dueños de la tierra (los señores feudales).
Se firmó y consolidó la paz de Westfalia entre 1644 y 1648, lo que dio paso a la secularización de la vida europea y a una transformación radical de la forma de organización social, junto a un renacimiento cultural y a un renovado impulso de la producción artesanal, gremial y de la actividad comercial.
Mientras en Occidente se sentaban las bases para la incursión del paradigma de la razón y de la revolución burguesa en contra del sistema feudal, representada por la Revolución Francesa, condición previa para el surgimiento del sistema capitalista mundial y de los estados nacionales modernos, en Palestina se había asentado el Imperio Turco Otomano, una rara combinación entre mundo islámico e imperio occidental.
Traicionando los principios básicos que dieron grandeza y poder durante siglos al Islam, marcó el inicio de la decadencia del mundo islámico y dio espacio para el re encantamiento europeo con el Medio Oriente, basado fundamentalmente, en su histórica ubicación estratégica y en la posibilidad de establecer un dominio directo y real sobre el oro negro de la modernidad: el petróleo, fuente de energía primordial para la consolidación de una nueva forma de organización social de una sociedad que luego de mil años de crisis y repliegue, volvía en gloria y majestad para intentar nuevamente volver a dominar el mundo como lo habían hecho en la antigüedad.
El auge del nacionalismo europeo durante el siglo XVIII y XIX, que se consolidó con la formación de la nueva comunidad internacional y el intercambio de misiones diplomáticas entre los estados pontificios, para tratar de inhibir los conflictos internos con una diplomacia incipiente y de carácter preventiva, comenzó a despertar y estimular a los distintos pueblos del mundo a buscar su propia independencia de los imperios que los dominaban, proceso que tuvo su correlato en el Mundo Árabe que comenzó a buscar la independencia y la emancipación del dominio otomano.
Para ello desarrollaron renovadas relaciones con Occidente, que desde la Revolución Francesa, había puesto nuevamente los ojos en el Próximo Oriente debido a su ubicación estratégica y a sus riquezas naturales, interesándose de sobre manera en la destrucción del Imperio que en estas condiciones aparecía como el enemigo común a quien destruir.
Al mismo tiempo, surgía al interior de quienes profesaban la religión judía, un movimiento político que alejándose de la religión propiamente tal que asociaba la reconstrucción del reino de Israel a la llegada del Mesías, se proponía secularizar al judaísmo, tomando en manos de hombres de carne y hueso el proyecto divino de la reconstrucción del Reino de Israel, como respuesta a los pogromos de la Rusia Zarista y a la persecución Europea representada de manera esencial por la inquisición sumado lo anterior a la demora milenaria e intolerable para los racionalistas judíos del tan esperado mesías.
En este contexto se realizó el Primer Congreso Sionista, en Basilea Suiza, en 1897, el que a pesar de convocar a representantes de menos del 1% de la judería mundial, estableció como objetivo principal, el establecimiento de un Hogar Nacional Judío en alguna parte del mundo.
Ya en el cuarto Congreso Sionista definieron que la primera alternativa, entre varias, debía ser Palestina, debido a la ligazón religiosa que podían esgrimir con ese territorio, lo que les brindaría la coartada perfecta para un proyecto que sabían, jamás podría realizarse en Paz.
Era un nuevo fundamentalismo que pretendía utilizar excusas religiosas para conseguir fines políticos y económicos, mediante la apropiación de una tierra en la que habían vivido de manera ininterrumpida los descendientes de todos los pueblos que alguna vez habitaron o invadieron la región de Palestina.
Paralelamente, el surgimiento del nuevo orden internacional que marcó el retorno de mundo antiguo a la disputa por las zonas estratégicas del mundo y la decadencia irreversible de los restos del sistema feudal, llevaron al mundo a un incremento de la tensión entre los diferentes modos de organización existentes, los que comenzaron a disputarse con renovados discursos ideológicos la influencia sobre los territorios que, desde la antigüedad, habían sido los símbolos privilegiados del poder y la dominación mundial.
La Primera Guerra Mundial fue la cristalización de esta contradicción y los pueblos que vivían bajo dominación imperial aprovecharon la oportunidad para buscar su emancipación inclinándose, antes y durante la guerra, hacia los nuevos estados nacionales que buscaban la destrucción de los imperios y la ampliación de sus áreas de influencia en los territorios, estableciendo con ellos acuerdos secretos para detonar frentes interno que los debilitaran y mermaran de manera significativa su capacidad para defenderse de los embates de este renovado Occidente.
En este contexto, la promesa que los británicos hicieron a los dirigentes árabes, en especial a través de la correspondencia mantenida (1915-1916) con Husein Ibn Ali de La Meca, de conceder la independencia de sus territorios tras la guerra, jugó un rol de fundamental importancia para la expulsión definitiva de los turcos de la Región, incluida Palestina entre 1917 y 1918.
Los británicos, sin embargo, no honraron sus promesas y en el mismo periodo que empeñaban su palabra con los líderes árabes, firmaban, el 2 de noviembre de 1917, la Declaración Balfour, comprometiéndose con la Organización Sionista Mundial a entregarles Palestina para el establecimiento de un “Hogar Nacional Judío” en su territorio.
Así, sin tener derecho alguno a disponer de una tierra que no le pertenecía y sin consultar los deseos ni considerar los derechos de los pueblos originarios que ahí habitaban, Gran Bretaña se comprometió a hacer cuanto estuviese en su poder para garantizar a los sionistas (cuyo apoyo económico necesitaban para mantener el esfuerzo bélico) un “hogar nacional” en Palestina, promesa que fue incorporada de manera unilateral e inconsulta al mandato conferido en 1922 por la Sociedad de Naciones a Gran Bretaña, con el objeto único de acompañar a los palestinos en su proceso a la Independencia.
Este mandato, en todo caso, era fiel reflejo de un tratado secreto firmado años antes, entre Francia, Rusia y Gran Bretaña, para dividirse en áreas de influencia la región, asegurando un desarrollo futuro coherente con sus intereses económicos, relacionados con el establecimiento en la región de gobiernos afines a sus intereses y con el dominio y usufructúo de sus recursos naturales, por el mayor tiempo posible.
En esta época la población de Palestina estaba conformada en un 97% por creyentes de religión cristiana y/o musulmana y menos de un 3% de religión judía. Coherentemente, la tenencia de la tierra era, en un 99,5% de religión cristiana o musulmana y en un 0,5% de religión judía y hasta este momento, judíos, cristianos y musulmanes vivían en paz y armonía en el lugar más sagrado del mundo para las tres religiones monoteístas de la humanidad.
No obstante lo anterior, el proyecto sionista pretendía invadir Palestina y trasladar o exterminar a sus habitantes, para convertirla en un “Hogar Nacional” exclusivo para los judíos, quienes desde un comienzo rechazaron la idea puesto que contradecía los fundamentos religiosos y vendría a potenciar el antijudaísmo existente, respondiendo al mismo de manera absolutamente equivocada, con la conformación de un gran gueto en Palestina.
Por otra parte, semejante proyecto jamás hubiera visto la luz si no hubiese contado, desde su nacimiento con el apoyo de las potencias occidentales interesadas en poner sus manos sobre las riquezas del Mundo Árabe y consolidar una influencia incontrarrestable en el centro geográfico, histórico e ideológico del mundo.
Amparado en la Declaración Balfour, la Organización Sionista Mundial comenzó a trasladar a Palestina, a sionistas de todas partes del mundo, para formar su hogar nacional, que debía nacer sobre la tierra y la sangre del pueblo palestino. Estas inmigraciones conocidas como “Alliah”, levantaron y difundieron mitos en forma de lemas centrales de cada operación, comenzando por la más famosa y menos cierta de todas: “Un Pueblo sin Tierra para una tierra sin Pueblo”.
Al mismo tiempo, la Sociedad de las Naciones, organización de carácter internacional nacida de la I Guerra Mundial con el objeto de evitar nuevas conflagraciones y resolver los conflictos por la vía de la negociación, diseñó un sistema de mandatos en el cual un país mandatario (Francia o Gran Bretaña) tomaba una región bajo su tutela para llevarla, en el menor plazo posible y respetando la autodeterminación de sus pueblos, a la Independencia. Fue así como, traicionando el espíritu y la letra del mismo, Gran Bretaña, lejos de velar y promover la independencia de Palestina, impulsó la inmigración ilegal y ayudó a modificar significativamente el status quo y la forma de vida de la región, sentando las bases del conflicto que hoy conmueve al mundo entero.
Conscientes de su error y ante la evidencia de las nefastas consecuencias de su breve periodo de mandato sobre Palestina, Gran Bretaña intentó, al término de la revuelta árabe de 1936 – 1939, poner fin a la situación y propuso el término de la inmigración ilegal y el establecimiento en Palestina de dos estados, con Jerusalén y sus alrededores como ciudad protegida por el mandato, para extender su dominio sobre la región. Este hecho marcó el término de las relaciones privilegiadas entre Gran Bretaña y el Sionismo, el que sin perder un minuto comenzó a buscar un nuevo aliado incondicional que le asegurara la continuidad de su proyecto y la impunidad ante el macabro plan que tenían diseñado.
En el mismo período Hitler subía al poder en Alemania y el Nazismo se convertía en el mejor aliado del Movimiento Sionista Mundial, quienes utilizaron políticamente el Holocausto para negociar con la comunidad internacional, cómplice de uno de los crímenes más deleznables de la historia de la humanidad, el establecimiento definitivo de un hogar nacional sobre tierra palestina, lo que se materializaría una vez nacida la nueva organización mundial de estados nacionales.
En 1945 la tenencia de la tierra en manos de los sionistas había pasado de 0,5% en 1920 a un 5% y la población sionista había aumentado de 0% a cerca de un 33%.
No obstante lo anterior, las potencias occidentales, conscientes de la importancia de contar en la región con un estado agente y un estado cliente, estaban decididos a impulsar en Palestina un camino distinto al que los habitantes de la región esperaban; camino que nunca contempló el establecimiento de un estado palestino independiente en Palestina, para los palestinos.
Mapas de Palestina del último siglo, los cuales reflejan la colonización que ha sufrido el Pueblo Palestino

El 29 de Noviembre de 1947, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, la recién creada Organización de Naciones Unidas que nacía para reemplazar a la fracasada Sociedad de las Naciones, votaban favorablemente la Resolución 181 de Partición de Palestina, entre quienes la habían habitado por las últimas 50 generaciones y los inmigrantes traídos por el sionismo internacional de todas partes del mundo, violando de manera flagrante uno de sus principios fundacionales, el respeto irrestricto a la autodeterminación de los pueblos.
Un 56% de la tierra era destinada a los extranjeros y un 43%, a los palestinos. Jerusalén, que representaba el 1% de Palestina, quedaba como cuerpo separado de ambos estados, como Capital Universal, en virtud de su condición de cuna de las tres grandes religiones monoteístas de la historia.
Ni palestinos ni sionistas aceptaron la partición. Los primeros porque eran sus legítimos dueños. Los segundos, porque el proyecto sionista contemplaba el establecimiento en Medio Oriente del “Eretz Israel”, el Gran Israel, que abarcaba los territorios ubicados entre los Ríos Nilo y Éufrates, en un territorio incluso inmensamente superior al que alguna vez hubiera ocupado el antiguo reino de Israel.
De hecho, desde antes de la Guerra de 1948, conocida como Al Nakbah o la Catástrofe, las organizaciones terroristas del Sionismo, tenían preparado el Plan Dalet. Un conjunto de operaciones militares que pretendían provocar el pánico entre la población palestina, cerrar las vías de escape, exterminar a la resistencia que pudiera desarrollarse y ocupar la mayor cantidad posible de territorio para hacer inviable el surgimiento del estado Palestino. Por lo mismo, el 70% de estas operaciones estaban planificadas fuera de los territorios asignados por la ONU a los sionistas, que consiguieron, mediante el mencionado plan, apropiarse de más del 80% de la Palestina histórica, ante la mirada cómplice de las potencias occidentales que veían en Israel un estado agente y cliente que facilitaría el dominio sobre las reservas de petróleo de la región y sobre el centro ideológico del mundo, lo que otorgaría la posibilidad de actuar directa o indirectamente sobre la sensibilidad de millones de personas a lo largo y ancho del mundo.
El armisticio de 1949 terminó con la anexión, por parte de Israel, de la casi totalidad de Palestina y con cerca de 800.000 refugiados palestinos en los países vecinos, los que desde el inicio de su exilio comenzaron a buscar la forma de volver a su territorio.
El primer paso fue enrolarse en los partidos políticos del Mundo Árabe, los que levantaron la liberación de Palestina como parte fundamental de todos sus programas, tratando de ocultar sus lazos con Occidente, la lejanía y la desconfianza que hasta el día de hoy sienten hacia la Causa Palestina que ponía y pone en jaque, directa o indirectamente a todos los gobiernos instalados por el mismo Occidente en el Mundo Árabe, en el proceso de descolonización asistida que ellos mismo digitaron desde sus oficinas en Occidente.
Esta etapa de la lucha de liberación nacional culminó con la guerra de 1967 en la cual Israel terminó de ocupar por la fuerza pero sin anexar, la totalidad de los territorios palestinos que habían quedado bajo jurisdicción egipcia y jordana, respectivamente. El hecho de no anexar los territorios se explicaba solamente por la necesidad de expulsar a muchos más palestinos y exterminar cualquier indicio de resistencia al plan sionista lo que podría haber socavado desde el interior la posibilidad de éxito del mismo.
Con esta ocupación, Israel se acercó más que nunca al ideal del proyecto sionista que contemplaba una usurpación completa del Medio Oriente, desde el Nilo hasta Éufrates y se sentó a esperar que los palestinos se cansaran y se fueran alentados por la sistemática y permanente política de limpieza étnica, exterminio físico y político del pueblo palestino que Israel mantiene hasta nuestros días.
Luego de la derrota, los palestinos, decidieron prescindir de los gobiernos árabes para el desarrollo de su lucha de liberación nacional y en 1968 se tomaron la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), creada cuatro años antes por el gobierno egipcio para controlar la decisión política palestina y al mismo tiempo presentarse ante los árabes como el líder indiscutido de la región.
Se consolidó Al Fatah con Arafat al mando y nació el Frente Popular para la Liberación de Palestina, con George Habash a la cabeza, las que se desarrollaron por más de 20 años como las dos alas políticas más importantes de la nueva organización del pueblo palestino.
Mientras tanto, Israel avanzaba en su política de sionización de Palestina, destruyendo poblados y ciudades palestinas dentro de la Palestina ocupada en 1948 y reemplazándolos por autopistas y ciudades amuralladas al tiempo que construía asentamientos judíos y “Kibutzim” en los territorios ocupados, con el fin de establecer una situación de hecho, irreversible, sepultando para siempre la posibilidad del establecimiento pacífico de un Estado palestino independiente en Palestina.
Por su parte los árabes se preocupaban de congraciarse con Occidente dándoles a los palestinos golpes militares, políticos y sociales cada vez que éstos se organizaban para buscar la liberación de su tierra. Estos episodios causaron la muerte de más de 15.000 palestinos en sucesivas masacres a manos de nuestros hermanos árabes: primero en Jordania en septiembre de 1970; luego en El Líbano en 1976 a manos del ejército sirio en Tall Al Zattar; y por último en Sabra y Shatila, en 1982 a manos de las Falanges Cristianas aliadas de la ocupación israelí.
El fracaso de la guerra convencional desde fuera de las fronteras de Israel, convenció a los palestinos acerca de la necesidad de seguir el ejemplo de Vietnam y Afganistán, desplazando el eje de gravedad de la resistencia palestina al interior de los territorios ocupados, iniciando una nueva etapa en la lucha de liberación nacional.
Coherentemente con dicha decisión, el 9 de diciembre de 1987 estalló la primera Intifada que logró desenmascarar al Estado de Israel en todo el mundo, aislando por primera vez a nivel mundial al Estado de Israel y a su política permanente de exterminio físico y político del pueblo palestino. En esta etapa Israel realizó tremendos esfuerzos por minar la condición de único y legítimo representante del pueblo palestino que ostentaba la OLP y se dedicó a levantar, financiar y fortalecer a los grupos fundamentalistas islámicos al interior de los territorios ocupados y principalmente a Hamas.
Durante cuatro años el pueblo palestino combatió con piedras al segundo ejército mejor armado del mundo, provocando incluso una división sin precedentes al interior de la sociedad israelí que comenzó a ver en la política de las administraciones israelíes una mala copia de las prácticas del Nazismo del cual muchos de ellos habían sido víctimas.
En virtud de los avances políticos que supuso la Intifada, el 15 de Noviembre de 1988, la OLP proclamó unilateralmente la Independencia de Palestina en las fronteras anteriores a la guerra de 1967 e inició un proceso de búsqueda de reconocimiento internacional a dicho estado, como una forma de poner límite a la impunidad de que gozaba Israel en su política sistemática de expansión en ellos mediante la construcción de asentamientos ilegales, la apropiación y demolición de viviendas palestinas y el asesinato, la expulsión o encarcelamiento de sus moradores y propietarios.
En otra arista del conflicto de Medio Oriente, en 1991 estalló la Primera Guerra del Golfo, debido a la Invasión de Kuwait por parte de Irak. La Comunidad Internacional movilizó, en solo un par de semanas, al ejército más grande de la historia de la humanidad, formando una alianza en la cual participaron incluso países árabes enemigos de Irak. El objetivo era poner término a la ocupación y retomar el control de los recursos naturales de la región.
El doble estándar se hizo insoportable al comparar la reacción internacional contra la ocupación iraquí de Kuwait frente a la tolerancia y complicidad frente a la ocupación israelí de los territorios palestinos que ya cumplía 30 años, por lo que Bush tuvo que asumir el compromiso de buscar una solución a la cuestión de Palestina una vez terminada la Guerra del Golfo.
El término de la guerra dio paso a las conversaciones de Madrid, en donde sorprendentemente, los palestinos no fueron invitados y tuvieron que participar a través de la delegación jordana según las condiciones impuestas por Israel y asumidas plenamente por Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional. Una vez más se intentaba resolver la cuestión de Palestina sin considerar a los principales afectados, los palestinos.
A pesar de que la mayoría de la OLP no estaba por participar de dicho proceso debido a las condiciones inaceptables impuestas por Israel, Al Fatah decidió participar y envió representantes de los territorios ocupados dentro de la delegación jordana.
La OLP fue poco a poco desplazada de su sitial y la atención se centró por primera vez en 25 años en negociadores palestinos de los territorios ocupados. Sin embargo, estas negociaciones transcurrieron sin avances significativos ni rumbo definido por más de dos años.
A medida que la frustración se incrementaba y subía la tensión, Al Fatah intentaba por todos los medios posibles, reposicionarse en el centro de la toma de decisiones respecto de la cuestión de Palestina, lo que consiguió mediante una apuesta de diplomacia secreta que supuso el término de las conversaciones de Madrid.
Se firmaron los acuerdos secretos de Oslo en donde el liderazgo palestino reconoció el derecho a existir de Israel a cambio del reconocimiento por parte de la potencia ocupante de la OLP, como “único y legítimo representante del pueblo palestino”. Es decir, todo a cambio de nada. La frustración al interior de Palestina fue total. Se desmembraron los partidos políticos históricos del pueblo palestino y se fortaleció la posición de Hamas, única fuerza externa a la OLP.
El proceso de Oslo transitó por el mismo derrotero que las negociaciones de Madrid, y el doble estándar de Israel hizo que ingresara a un callejón sin salida. Luego del asesinato de Rabín a manos de un extremista israelí, que amparado en el discurso de la extrema derecha israelí que acusaba al primer ministro de Israel de traidor por haber aceptado el principio de intercambio de territorios por paz, el proceso de Paz simplemente se estancó logrando el escenario ideal para la potencia ocupante. Un pueblo palestino desmovilizado y desencantado y una política de expansión y exterminio que goza hasta el día de hoy de la complicidad de la comunidad internacional que aparte de declaraciones simbólicas no ha hecho nada para detener la ocupación.
Paralelamente, desarrollaron una estrategia para aniquilar física y políticamente a Arafat y a pesar de haberse comprometido a detener las construcciones ilegales en el territorio palestino y a disminuir los obstáculos al movimiento de los palestinos en los territorios ocupados, continúan diariamente construyendo asentamientos llegando al extremo de multiplicar por cinco el número de colonos y la cantidad de puestos de control en los territorios palestinos: como si fuera poco, construyeron el Muro de Segregación bajo la mirada cómplice de la comunidad internacional que frente a las constantes violaciones de Israel al Derecho Internacional y a los Derechos Humanos, ha respondido con un proceso de normalización de relaciones diplomáticas sin precedentes, premiando al ocupante con tratados de libre comercio y con la firma de convenios de cooperación académico y tecnológico.
Así, ante el fracaso de las “conversaciones de paz” entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y la violación sistemática de la legalidad internacional por parte de Israel, la sociedad civil palestina decidió pasar a la acción y lanzar en el año 2005 una campaña internacional, no violenta: Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) contra Israel.
La campaña palestina de BDS se inspira en la campaña similar que se aplicó contra el régimen de apartheid sudafricano, y que contribuyó decisivamente a la caída de aquel régimen racista. Así, con un llamado pacifico se pide a la comunidad internacional que aplique dichas medidas coercitivas “hasta que Israel cumpla con el Derecho Internacional y los principios universales de los Derechos Humanos”.
El BDS busca poner fin a las políticas que el régimen sionista implementa en Palestina desde 1948, cuyos tres rasgos principales son: ocupación, colonización y apartheid. La campaña no se dirige contra las ciudadanas y ciudadanos de Israel, ni mucho menos contra los judíos del mundo (muchos judíos participan en el BDS, también dentro de Israel), sino contra las instituciones que sostienen y financian dicho régimen opresor.
BDS busca presionar para que Israel cumpla el Derecho Internacional. Sus principales demandas son:

  • El fin de la ocupación y colonización de todas las tierras árabes ocupadas desde 1967 (Jerusalén Este, Cisjordania, Franja de Gaza y Altos del Golán sirios).
  • Igualdad de Derechos para los ciudadanos árabe-palestinos de Israel (que son un 20% de la población del Estado); y
  • El respeto, protección y promoción del derecho de los refugiados palestinos a retornar a sus casas y propiedades, tal como lo estipula la Resolución 194 de la ONU. (Según la UNRWA son más de 5 millones los refugiados palestinos en el Mundo)

El Boicot puede tomar diversas formas: comercial (rechazo a comprar productos israelíes); académico (ruptura de relaciones con las universidades israelíes); cultural (artistas internacionales que se niegan a actuar en Israel y boicot de artistas israelíes que cuentan con apoyo institucional de su país, a menos que renuncien a dicho apoyo, ya que Israel les utiliza para limpiar su imagen); deportivo (rechazo a la participación de equipos israelíes en competiciones internacionales); sindical (ruptura de relaciones con sindicatos israelíes); e institucional (ruptura de relaciones institucionales con las autoridades israelíes).
Las Desinversiones se refieren al dinero que empresas internacionales retiran de aquellas empresas israelíes o internacionales que se benefician de la violación de los derechos del Pueblo Palestino.
By: Comunidad Palestina de Chile  / #Diariotvcanal5 #chile #PalestinaOcupada #PalestinaLibre #SalvemosPalestina

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